César Salinas/CIEN
Antes de conocer el Archivo Eugenio Garza Sada sabía poco sobre este empresario, pues su vida y obra, aún para los historiadores nuevoleoneses, no era muy conocida. Eugenio era el auténtico hombre-mito regio del siglo XX.
La Iglesia lo consideraba poco menos que un santo; artistas y deportistas como un mecenas; para sus colaboradores era un patriarca; los estudiantes del Tecnológico de Monterrey siempre lo han visto como su líder fundador, y parte de la sociedad como un gran líder, un hombre ejemplar.
La forma en que lo privaron de la vida fortaleció dicha imagen, cubriéndola con un aura particular. Desde entonces decir “don Eugenio” fue casi un tabú o una leyenda, lo que impidió que se diera a conocer de forma concisa su vida y obra. Durante casi cuatro décadas poco se intentó escribir sobre él, salvo excepciones que lo halagan o critican sin mayor fundamento que la propia opinión. Inclusive la casa del empresario fue deshabitada y sus papeles privados quedaron encerrados en una especie de cápsula del tiempo.
Hasta entonces, Garza Sada era intangible y no había manera de conocerlo más allá de unas cuantas anécdotas, fotografías y datos escuetos. Por ello, me pareció que el proyecto de restaurar su casa y rescatar su archivo personal haría posible, por vez primera, saber sobre él de manera certera.
Conocer la habitación y estudio de Garza Sada fue toda una experiencia. El espacio refleja a una persona austera, sencilla, sin complejos al querer sólo lo indispensable. Fue la misma sensación cuando me hospedé en un convento, pues la celda estaba diseñada para hombres desapegados del mundo que anhelaban la contemplación y el descanso sosegado.
Guardando las diferencias, la habitación del empresario tiene una mística similar: una cama, una ventana y una cruz en la pared, además de los retratos de sus padres; todo ello en un espacio en el que apenas puedes caminar.
Su despacho es más grande: con libreros en las cuatro paredes, el escritorio de su padre Isaac Garza, y un escritorio pequeño. El lugar no era una oficina para trabajar sino un área de estudio, donde se pudo dedicar a leer, reflexionar y planear. Era un sitio tan privado que su propia familia comenta que entraban pocas veces.
Eugenio Garza era un lector modelo que arrancaba tiempo de sus ocupaciones para mantenerse actualizado, para disfrutar un buen libro. Además de la autodisciplina que se sobrentiende, Garza Sada me pareció una persona a quien le gustaba hacer todo con excelencia. Jugaba billar, así que tenía libros donde explican jugadas, lo mismo hacía con la jardinería, la música y la mecánica.
También hay libros de literatura, historia, teoría política, teología, química, física y arte. Destaca que no pedía que le explicaran los temas que le interesaban, sino que, como consta en sus solicitudes a colaboradores, pedía que le enviaran los libros o artículos para saberlo de primera mano.
Como ingeniero también quería saber cómo funcionaban las cosas y no dejaba pasar los detalles. En su estudio, el equipo que trabaja en el Archivo Eugenio Garza Sada y yo encontramos herramientas que utilizaba para revisar algunas piezas que producían sus empresas, las desarmaba, armaba, dibujaba, estudiaba, utilizaba, y si era necesario, hacía sugerencias para mejorarlas.
Garza Sada era un empresario comprometido con su trabajo, atento a lo que sucedía en sus compañías y obras que emprendía. Desde su fundación, el Tecnológico de Monterrey fue como uno de sus “hijos”, al que estaba tan ligado que durante 30 años se dedicó a cuidarlo y hacerlo crecer. Hay entre sus papeles desde los programas académicos hasta el menú de la cafetería; proponía cambios, buscaba casos de éxito de universidades para tomar ideas, y pedía consejo de figuras como Manuel Gómez Morín para los proyectos.
Dicen que a un hombre sólo se le conoce bien en su propio hogar. La habitación y el estudio de Eugenio Garza Sada, sus lugares más privados y cotidianos, hablan de un hombre coherente que vivía lo que predicaba: trabajo, ahorro, sencillez, entrega y disciplina.
Los documentos que conservaba el empresario nos hablan también de su faceta como hombre de familia. Intervino en la construcción de su casa en la colonia Obispado, en Monterrey, revisando cada detalle de los planos que conservó en sus gavetas.
También encontramos cartas que cruzaba con su esposa, Consuelo Sada, por quien manifiesta un profundo amor, además de respeto y gran admiración. Las conservó por más de cinco décadas.
Guardó también cientos de fotografías donde iban apareciendo sus hijas, hijos y nietos, con quienes compartió su vida. De ellos encontramos diplomas, postales, sus primeros dibujos y la caja donde guardaba los dulces que les repartía a los nietos, según ellos mismos recuerdan.
La casa y el archivo del empresario forman parte del Centro Eugenio Garza Sada, cuya apertura se realizará este otoño. Este esfuerzo, realizado por los descendientes del empresario, no tiene la intención de crear un monumento que alabe a un héroe sino que permita conocer a un hombre tal y como era, justo como vivió.
Tampoco se busca la autocomplacencia de promover a un personaje, sino continuar su obra. No es un espacio para recrear mitos ni leyendas sino para realizar acciones que impulsen el bienestar humano.
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